Que decida el lector si hay relación entre esas dos sombras en la biografía de Salvador Allende:la que se cierne sobre el médico y ministro de los años 30, la que anubla al presidente de los 70, época en que se forjó el poderoso icono del progresismo. Entre el racista de Higiene mental y delincuencia, pronto ministro responsable de una Ley de Esterilización calcada de la legislación nazi que estaba siendo aplicada en Alemania, y el presidente de la Unidad Popular que entristece y decepciona a Simon Wiesenthal,
sembrando la sospecha. "¿Quién era realmente Salvador Allende?", le preguntó Wiesenthal a Víctor Farías, invitándole tácitamente a investigar, a dar el primer paso en el esclarecimiento de una verdad demoledora que dolía al propio instigador. – ¿Quién era realmente Salvador Allende? – Pero si es tan conocido... – No, no. Déjeme contarle: Yo le escribí a Allende relatándole las atrocidades del criminal de guerra Walter Rauff, residente en Chile. – ¿Y qué le respondió? – Recibí una carta fría. Como Salvador era un icono en el mundo entero, una víctima, lo dejé ahí. Pero quizás usted me pueda ayudar. – ¿Cómo? – Me podría ayudar a buscar las cartas, porque las perdí. Parece evidente que si Wiesenthal quería que Farías le ayudara es porque creía que la negativa de Allende a entregar al responsable de la muerte de medio millón de personas en Auschwitz debía acreditarse en el futuro.
El filósofo chileno tardó varios años, pero encontró al fin la correspondencia. Una carta dormía en un archivo italiano, otra en Austria... Y entonces se puso en contacto con Wiesenthal: – ¿Puedo publicarlas? – Sí, aunque es triste. Las cartas vieron la luz en el epílogo de Nazis en Chile. Y, efectivamente, fue muy triste, porque revelaban, en palabras de Farías, "la verdadera identidad histórica" de Allende, el líder que se hizo fuerte en el Palacio de la Moneda, que murió tras dejar grabado un mensaje cuya audición todavía nos estremece. La publicación indignó a la hija del mártir, Isabel, quien, "muy alterada", le gritó a Farías por teléfono: "¡Mi papá no es nazi!".
Él respondió que su padre, que se proclamó revolucionario, se había negado a entregar a un criminal de guerra, y de paso apuntó a "dos personalidades que (le) acompañaron muy de cerca en su itinerario político: Eduardo Novoa Monreal y Enrique Shepeler". Sabemos que en 1972 Wiesenthal pidió por primera vez al presidente de Chile que iniciara los trámites oportunos para procesar a Walter Rauff o, más exactamente, para reabrir el proceso contra él. En 1963 la Corte chilena había zanjado el asunto invocando la prescripción de los delitos imputados. Según el tribunal, el paso de 30 años impedía cualquier actuación penal. Wiesenthal esgrimió ante Allende lo que todos sabemos, que los crímenes contra la Humanidad no prescriben. Pero no se limita a invocar el principio general, sino que se pone en la tesitura de recordar al presidente de Chile la legislación internacional firmada por su país, y cita hasta tres tratados: de 1948, de 1952 y de 1970. Estas normas, que vinculan a Chile, recogen con claridad la no prescripción de los crímenes contra la Humanidad y la primacía, en estos asuntos, de la justicia internacional sobre la nacional. La conclusión es inevitable: Allende incumple a conciencia tratados vigentes. A Wiesenthal le parece increíble que el socialista no acepte tan sólida argumentación, que mienta, que afirme que definitivamente no es posible actuar contra Rauff porque hay que acatar las resoluciones de la justicia chilena. Como afirma Farías, "Salvador Allende asume la doctrina anterior a Nüremberg,
por lo tanto, de facto, defiende la posición de un criminal de guerra terrible"; o bien: "Se trata de un encubrimiento de uno de los peores criminales de guerra que conoce la humanidad".
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jueves, 1 de noviembre de 2007
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